SÍ, A UNA EDUCACIÓN INTEGRAL
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SÍ, A UNA EDUCACIÓN INTEGRAL
¿Cuál es la realidad de nuestros niños y jóvenes? y ¿cuál es la realidad que soñamos para nuestra tierra?, ¿quién no sueña acaso, con ciudadanos íntegros, con trabajadores competentes y diligentes, con personas creativas, autónomas, solidarias y líderes?
Parece ser que todos añoramos la misma realidad, pero cabe preguntarse entonces, de qué manera estamos construyéndola. Es cierto que la educación cuenta con un puesto destacado esfuerzos por brindar a nuestra población infantil y juvenil el mejor tipo de educación. Sin embargo, es muy común escuchar sobre la educación integral y como esta suple las necesidades de formación para cualquier sociedad; pero en la realidad, encontramos que muchos de los componentes de esta “educación integral” no se dan adecuadamente o son inexistentes ya sea a causa del Estado, del Sistema o de la Comunidad Educativa en general.
Es habitual, encontrar que en todos los niveles de la enseñanza nos esforzamos por alimentar la mente de los estudiantes con datos y hechos que en muchas ocasiones, por la exigencia del cumplimiento del programa, poca oportunidad dejan para meditar sobre los mismos. Luego, se diseñan exámenes que demandan de ellos la misma información, obligándolos a repetirla fielmente, en un proceso intelectual y creativo pobre. Así, este tipo de conocimiento no enriquece la personalidad, ni genera los hombres autónomos, competentes y originales que demanda nuestra vida actual.
La enseñanza se vuelve entonces de tipo memorística, teorizante y estereotipada. Es decir, hacemos del acto de la transmisión del saber científico un fin en sí mismo, y no un medio, como debe ser, para enseñar a pensar.
Olvidamos que, en última instancia, la educación procura la formación integral de la persona. Le damos importancia a los hechos escuetos y aislados (que); nos preocupamos menos por las manifestaciones y comportamientos de los fenómenos (cómo), y soslayamos las explicaciones y razones de las cosas (por qué). Por otro lado, el divorcio que existe entre la información que se da de los diversos temas de varias disciplinas va creando en el estudiante un encasillamiento mental que le impide, no solo correlacionar cosas sino, además, analizarlas en profundidad y establecer conceptos globales de los fenómenos. La visión panorámica y conceptual está siempre ausente en aras del detalle aislado o del dato memorizado. Esta capacidad de correlacionar hechos continuos se manifiesta en el estudiante a través de los años, y le dificulta los procesos mentales de deducción, de gran importancia en el proceso de la investigación científica hacia la búsqueda de nuevas verdades y conocimientos.
Estas consecuencias no solo las vemos en el campo de la ciencia sino de una forma más cotidiana en el proceder de unos y otros, ya que se han desarrollado tan pocas competencias para leer, comprender y contextualizar el conocimiento que la ausencia de este proceso lecto-comprensivo se evidencia en las aulas y fuera de ellas. Si no somos capaces de leer un texto en una dimensión, ¿cómo podemos tener entonces la capacidad de “leer al otro” con todos sus matices?
En apariencia hemos privilegiado la construcción de conocimiento, o para ser más exactos la reproducción –muchas veces tergiversada e imprecisa- de saberes, donde no se le encuentra sentido a lo que se aprende, ni muchos menos su aplicación. Cabe anotar, que ese énfasis en conocimientos académicos, falta profundizar en algunos necesarios en nuestra vida actual. Es innegable que se requiere con urgencia en las instituciones educativas una enseñanza práctica y competente frente a las nuevas tecnologías y el manejo de una segunda lengua. Pareciera que los estudiantes aprenden a repetir muy bien conceptos de antaño pero distamos de lo necesario para convivir en un mundo cada vez más global. Se requieren laboratorios, docentes especializados, espacios adecuados y seguros para el aprendizaje de nuevas tecnologías, el desarrollo de proyectos informáticos y tecnológicos y el manejo competente y adecuado de una segunda lengua.
Es prioritario plantear una educación integral e integradora (que incluye no solo al estudiante, sino también a sus compañeros, a padres y docentes como actores fundamentales del proceso.) No se puede ignorar el papel cada vez más visible de la interrelación y el trabajo colaborativo en la construcción del conocimiento y la formación del ser. Ya no es la visión del estudiante que aprende, es la comprensión de esa persona que aprende del otro, con el otro y para su crecimiento personal y social. Es tiempo ya que se estudie, entienda y actúe sobre las “micro-sociedades” de la escuela e interdisciplinariamente se nutran las necesidades psicológicas, pedagógicas y sociales de nuestros niños y jóvenes.
Esta propuesta educativa implica retomar el rol protagónico del maestro, que en la actualidad tiende en muchas de nuestras escuelas a oscilar entre el inquisidor y el ignorado. Algunos, aun mantienen una posición de autoritarismo y falso poder que coarta la capacidad creadora, investigativa y productiva del estudiante, que con sus reclamos, expresiones, dureza o negligencia encasillan y convierten a los estudiantes en receptores pasivos de información y contribuyen a una cada vez más alta deserción escolar. Otros, que son ignorados e irrespetados por “pupilos” que poco valoran la experiencia o conocen los límites del respeto hacia ellos. Queda el grupo de docentes que evidencian cada día que el maestro transforma vidas, pero que no cuentan con los recursos didácticos o las condiciones necesarias para cumplir cabalmente con su papel.
Esta educación también exige de los adultos, los padres, una respuesta a la demanda de coherencia que tienen los niños y jóvenes. Esta requiere un compromiso serio en la tarea de ser padres y formadores que implica principalmente consigo mismos, la capacidad de actuar coherentemente con lo que se profesa, de ser ejemplo para aquellos que requieren modelos que seguir. De adultos que también merecen contar con espacios de formación continua y seria donde se aprenda con el otro y con expertos la forma de potenciar las virtudes y cualidades de los hijos.
Todo este recorrido tiene implícita e inexorablemente un marco de principios y valores, una comprensión profunda del valor de educar y formar en el ser, el saber y en el hacer. De retomar la importancia de enseñar sobre lo bueno y lo malo, lo correcto, incorrecto, permitido o prohibido, de los límites centrados en la razón y la voluntad y no en el capricho o la conveniencia. De la fe como pilar de la vida y el respeto como esencia de la convivencia.
Entonces, ¿es posible la realidad que soñamos para nuestra tierra? Sí, si es posible el mundo que soñamos. Estos sueños serán una realidad si nuestros Gobernantes y el Estado adquieren un compromiso real con la educación, si tienen una férrea convicción de que es ella la única arma para salir del conflicto en el que nos hundimos cada día más. Si se entiende que son las aulas del preescolar, la básica primaria, la secundaria, la técnica y la formación profesional los espacios más privilegiados para el ejercicio de aprender a ser mejores ciudadanos, líderes, hermanos, compañeros, padres y hacedores de sociedad. Si se piensa en las escuelas como la infraestructura más importante de cualquier municipio, provincia, ciudad ,localidad o País porque es allí donde confluyen niños, jóvenes, familias y se aprenden deportes, artes, oficios. Pero para que nuestros gobernantes tengan claro este papel prioritario debemos cada uno de nosotros, tener esta claridad también, devolver el protagonismo al aprender y al enseñar y exigir de estado, educadores, padres y estudiantes su compromiso por hacer de nuestra realidad que enseña, que aprende, que forma y sueña con la fuerza y el valor que siempre lo han caracterizado.
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